En estas vacaciones he cumplido uno de mis sueños al ir al Sequoia National Park de California y acampar en un bosque de secuoyas. Para quien no lo sepa, las secuoyas son árboles gigantes, que superan los 100 metros de altura y sobrepasan con cierta facilidad los 2000 años edad. Cuando investigué un poco más en las causas de su tamaño y longevidad descubrí que, a diferencia del resto de los árboles, eran resistentes a agresiones como los ataques de insectos o los incendios.
La principal causa de muerte de las secuoyas es precisamente su tamaño. Crecen tanto que la estructura que le ha dado soporte se colapsa y caen. Me resultó interesante, porque la misma inteligencia natural que había desarrollado y que había permitido su crecimiento en un determinado entorno, era la causa principal de muerte.
Y de ésto exactamente es de lo que voy a hablar hoy: de qué pasa cuando algo se hace tan grande que corre peligro mortal; de la importancia no de crecer, sino de saber crecer.
Starbucks: de gran empresa a empresa grande
La primera vez que fuí a un Starbucks fue en Los Ángeles, en el año 2002. Fue una experiencia increíble; me enamoró su singularidad, esa cosa que flotaba en el aire, la música y el ambiente mezcla de concentración y expansión. Todavía quedarían dos años para que aterrizaran en España, pero desde aquel momento me convertí en un promotor. Tan promotor que estaba dispuesto a pagar más por un café que no tenía nada de especial, excepto la experiencia que me ofrecía.
Cuando Starbucks se implantó en España, para mí fue un poco decepcionante, porque la faltaba algo de esa experiencia que había vivido en EEUU (aunque no sabía muy bien qué). Ahora, debido al empobrecimiento de la experiencia, sí que me cuestionaba la relación calidad-precio y me empezaba a preguntar si merecía la pena pagar esa cantidad por ese producto (la emoción valora la experiencia, pero si ésta no es suficientemente buena, nos volvemos racionales y podemos encontrar ciento de motivos por los que no comprar algo).
Este verano, trece años después, volví a EEUU y entre mi lista de deberes era ir a un Starbucks. Esperaba volver a saborear aquella experiencia que tanto me había impactado en mi primer viaje, pero lo único que probé fue la decepción. En total fui a cinco, esperando vivir aquellas experiencias de 2002, pero lo que encontré no tenía nada que ver: estaban masificados, la experiencia había caído empicado y ahora era un lugar de comida rápida cualquiera que, en vez de vender pollo o hamburguesas, vendía cafés.
Starbucks y la suerte de la secuoya
Así fue como cuando conocí la historia de vida y muerte de las magníficas secuoyas pensé en todas aquellas empresas que habían crecido tanto que habían terminando cayendo por descuidar los datalles: Kodak, BlockBuster, Erickson, Nokia, Motora y tantas otras. Todas estás empresas fueron las reínas del bosque, parecían inmunes a todo ataque, y crecían y crecían, pero, ¿sabían crecer?
Cuando hablo de Starbucks puedo referirme a otras empresas que existen actualmente y que parecen destinados a la suerte de secuoya. El motivo por el que hablo de Starbucks es porque he visto cómo pasaba de ser un gran empresa a solo ser una empresa grande. Ahí es cuando se tambalea toda la estructura que te ha dado poder y es cuando caes si no te centras en tus principios.
Como decía: lo importante no es crear una empresa grande, sino una gran empresa. Y las grandes empresas no son aquellas que tienen más tiendas, más ventas o cualquier otro indicador centrado en una visión a corto plazo. Las grandes empresas son aquellas empresas que han sabido crecer y mantenerse pequeñas; que han sabido crecer todo lo posible sin hacerse tan grandes que ya no puedan alcanzar a escuchar la voz del mercado, la competencia y, lo que es peor, la voz de sus clientes.